Paz Perfecta.


Había una vez un Rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta.


Muchos artistas lo intentaron. El Rey admiró y observó todas las pinturas, pero solo hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.


La primera era un lago muy tranquilo, era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban.


Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.


La segunda pintura, también tenía montañas, pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual brotaba un impetuoso aguacero con rayos truenos. Montaña abajo parecía el retumbar un espumoso torrente de agua.


Todo esto no se revelaba para nada pacífico.


Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido.


Allí en el rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en medio de su nido...


Paz perfecta.


El Rey escogió la segunda.


Y explicó a sus súbditos el porqué: Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro ni dolor.


Paz significa que a pesar de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón .


Creo que este es el verdadero significado de la paz.


Cuando encontremos la paz en nuestro interior, tendremos equilibrio en la vida.

Diogenes y Alejandro Magno


Diógenes, el místico griego se encontró con Alejandro Magno cuando este se dirigía a la India.


Era una mañana de invierno, soplaba el viento y Diógenes descansaba a la orilla de un río, sobre la arena, tomando el sol desnudo.


Era un hombre hermoso.


Cuando el alma es hermosa, surge una belleza que no es de este mundo...



Alejandro no podía creer la belleza y gracia de aquel hombre y le dijo:


-Señor -jamás había llamado “Señor” a nadie en su vida-, señor me ha impresionado enormemente su persona, además he oído hablar de su gran sabiduría.


Me gustaría hacer algo por usted, ¿Qué podría hacer yo por usted?



Muévete un poco hacia un lado, pues me estás tapando el sol, esto es todo, no necesito nada más -dijo Diógenes.



-Si tengo una nueva oportunidad de volver a la tierra, le pediré a Dios que me convierta en Alejandro de nuevo y si esto no es posible, que me convierta en Diógenes.



Diógenes se rió y dijo:


-¿Quién te impide serlo ahora mismo? ¿Adónde vas? Durante meses he visto pasar ejércitos, ¿a dónde van? ¿Para qué?.



-Voy a la India a conquistar el mundo entero -dijo Alejandro.



-¿Y después que vas a hacer? -preguntó Diógenes.



-Después voy a descansar.



-Estás loco.


Yo estoy descansando ahora.


No he conquistado el mundo y no veo que necesidad hay de hacerlo.


Si al final quieres descansar, ¿por qué no lo haces ahora? Y te digo más si no descansas ahora nunca lo harás.


Morirás.


Todo el mundo se muere en el camino, en medio del viaje.



Alejandro se lo agradeció y le dijo que le recordaría, pero que ahora no podía detenerse.


Alejandro cumplió su destino de conquistador pero no le dio tiempo de descansar antes de morir.


El Rey.


Un día al sur del Himalaya el gran Rey de esas tierras fue visitado por un embajador de Persia que le obsequió con una hermosa espada labrada a mano.


Mientras admiraba todo el trabajo hecho en el sable, el Rey se cortó accidentalmente el extremo de su dedo pequeño.


Como el Rey estaba sufriendo esta pérdida, su ministro dio un paso hacia el trono y le dijo:


-Vuestra real alteza no se lamente por la pérdida de la punta de su dedo, pues siempre todo está dispuesto por Dios.



Al escuchar estas palabras de su ministro el Rey se sintió muy enojado y dijo:


-No puedes apreciar la pérdida de mi dedo porque es mi dedo el que se ha perdido y no el tuyo.


Mejor sería que retiraras lo que has dicho no sea que pierdas algo más que la punta de un dedo.



-Su majestad, le hablo con la verdad de mi corazón,


-le contestó el ministro


- y en consecuencia no puedo retirar lo que he dicho, pues ciertamente todo está dispuesto por Dios, y por su parte mi señor actúe como le dicte su conciencia.



El Rey fuera de sí, lleno de ira por semejante irreverencia llamó a sus soldados para que le detuvieran y le encarcelaran.



Poco después llegó el día de la caza, momento que habitualmente el Rey era acompaño por su ministro.


Como éste estaba en prisión el Rey marchó solo.


Sucedió que, una vez adentrado en las selvas, el Rey fue atacado y capturado por una banda de caníbales salvajes.


Luchando por su vida el Rey fue arrastrado hasta el lugar donde se hacían los preparativos y rituales para los sacrificios humanos.


Fue desnudado y bañado en aceites sagrados y conducido al altar de los sacrificios.


Momentos antes de ser inmolado, el alto sacerdote advirtió que le faltaba la punta de un dedo.



-Este hombre no es apto para ser sacrificado,


-dijo el sacerdote


-le falta la punta de su dedo y por tanto no es completo, así que es inaceptable.



De esta forma fue llevado a lo profundo del bosque y se le dejó marchar.



El Rey recordó emocionado las palabras de su ministro y cuando pudo llegar, con todo su esfuerzo al palacio, fue directamente a los calabozos a liberar a su ministro.



-Tu dijiste la verdad, -dijo el Rey


-si no hubiera tenido cortada la punta de mi dedo hubiera sido sacrificado y devorado por esos caníbales.


Seguramente Dios dispuso salvar mi vida.


Pero hay algo que no entiendo, ¿por qué Dios dispuso que te pusiera en prisión de manera injusta?


-¿También esto venía de Dios?.


Sí -contestó el ministro-,


si no me hubieras puesto en prisión yo te hubiera acompañado en la cacería como siempre hacíamos y me habrían capturado contigo.


Puesto que mi cuerpo está completo y sano yo hubiera sido sacrificado en tu lugar, ya que a ti se te consideró no apto.

El Naufrago.



El único sobreviviente de un naufragio llegó a una desabitada isla.



Pidió fervientemente a Dios ser rescatado y cada día divisaba el horizonte en busca de una ayuda que no llegaba.


Cansado optó por construirse una cabaña de madera para protegerse de los elementos y guardar sus pocas pertenencias.


Entonces un día, tras merodear por la isla, en busca de alimento regresó a la cabaña para encontrarla envuelta en llamas con una gran columna de humo levantándose hacia el cielo.



Lo peor había ocurrido; lo había perdido todo y se encontraba en un estado de desesperación y rabia.



-¡Oh Dios!, ¿cómo puedes hacerme esto?, -se lamentaba.



Sin embargo al amanecer del día siguiente se despertó con el sonido de un barco que se acercaba a la isla.


Habían venido a salvarlo.



-¿Cómo supieron que estaba aquí?, -preguntó el cansado hombre a sus salvadores.



-Vimos su señal de humo, -contestaron ellos.



Es muy fácil descorazonarse cuando las cosas marchan mal. Recuerda que cuando tu cabaña se vuelva humo, puede ser la señal de que la ayuda está en camino.



Solo Quiero Aire.


Un joven fue a ver a un sabio maestro y le preguntó:


-Señor, ¿qué debo hacer para conseguir lo que yo quiero?.


El sabio no contestó.


El joven después de repetir su pregunta varias veces con el mismo resultado se marchó y volvió al día siguiente con la misma demanda.


No obtuvo ninguna respuesta y entonces volvió por tercera vez y repitió su pregunta:


-¿Qué debo hacer para conseguir lo que yo quiero?


El sabio le dijo:


-Ven conmigo.


Y se dirigieron a un río cercano.


Entró en el agua llevando al joven de la mano y cuando alcanzaron cierta profundidad el sabio se apoyó en los hombros del joven y lo sumergió en el agua y pese a los esfuerzos del joven por desasirse de él, allí lo mantuvo.


Al fin lo dejó salir y el joven respiró recuperando su aliento.


Entonces preguntó el sabio:


-Cuando estabas bajo el agua, ¿qué era lo que más deseabas?


Sin vacilar contestó el joven:


-Aire, quería aire.



-¿No hubieras preferido mejor riquezas, comodidad, placeres, poder o amor?


–No, señor, deseaba aire, necesitaba aire y solo aire -fue su inmediata respuesta.


-Entonces -contestó el sabio-, para conseguir lo que tú quieres debes quererlo con la misma intensidad que querías el aire, debes luchar por ello y excluir todo lo demás.


Debe ser tu única aspiración día y noche.


Si tienes ese fervor, conseguirás sin duda lo que quieres.